Juego de machos

Roberto había entrado al equipo de basquet hacía tan solo tres meses, pero ya lo sentía como una de las cosas más importantes de su vida. Ya sobrepasaba lo meramente deportivo, era todo: las prácticas, los partidos, el antes y el después. Los momentos que compartía con sus compañeros lo hacían sentirse realmente apreciado. Lo que le daban no tenía precio.

Carlos siempre fue un gran deportista, finalmente se decantó por el basquet. Jugaba formidablemente. Era rudo y fornido. Hacía poco que estaba en el equipo pero estaba dispuesto a dar lo que ningún otro para ganarse un lugar. Era el nuevo. El nuevo en el equipo contrario al de Roberto.

El primer encuentro tuvo lugar en una cancha que pertenecía una iglesia y había sido proyectada para llevar un techo que jamás se colocó. Los pronósticos del tiempo hacían temer la posibilidad de que se suspendiera el partido, pero a la hora de comenzar no había caído una sola gota, aunque el cielo estaba totalmente nublado.

Carlos y Roberto fueron designados respectivamente para el salto por el balón. El juez sostenía la pelota de basquet en el medio de la cancha y los aguardaba para dar comienzo a la disputa. Ellos llegaron y no se detuvieron en contemplar el esférico, mucho menos al juez. Sus miradas se encontraron y hubo inmediatamente un reconocimiento, una tensión en el ambiente, una situación no resuelta.

El juez lanzó el balón al cielo y ellos saltaron por el. Allí fue el primer contacto físico, el primero de muchos que se darían a lo largo del partido; muchos de ellos violentamente innecesarios.

Sobre la cancha competían dos equipos, pero había dos hombres que a pesar de tener un equipo detrás no dejaban de pensar en lo que tenían adelante. Nunca dejaron de pensar en el partido, pero parecía que era sólo una excusa para su batalla cuerpo a cuerpo. Una excusa para ver quien conseguía convencer al otro de que allí había un solo hombre, uno que era mas macho que todos los demás.

El cielo estaba cerrado. La cancha era abierta. Comenzó a llover. Sonó la campana. Aquellos hombres no pudieron darle fin al juego. Había quedado lo que se llama: un pico pendiente.

El encuentro que terminaría con todo esto tuvo lugar dos días después en la misma cancha. Era mas tarde, el cielo estaba despejado y había una gran luna; se diría que la noche acompañaba.

Carlos y Roberto estaban frente a frente. Roberto ya parecía sudar. Era como si en aquel momento en que empezó a llover y todos se debieron ir, se hubiese detenido el tiempo y reengancharan ahora. No dejaban de mirarse a los ojos. Carlos ya estaba agitado. Sonó nuevamente la misma campana del otro día y en ese instante, disparados por un antiguo y salvaje instinto se lanzaron el uno contra el otro. Sus manos se encontraron y sonó un beso. El pico pendiente. Vivieron felices para siempre.