Arte Intermedio

. SEASON II

lunes, setiembre 22, 2008

El Arte – según el Maestro Zen

“Hoy comprenderás lo que es el arte” dijo el Maestro Zen y diose media vuelta saliendo de mi habitación en clara señal de que lo siguiese. En realidad la señal no era tan clara, pero en la semana que llevaba en el templo ya había asimilado la mecánica: arrancar el día con una frase pseudo-profunda pero poco explicativa que daba paso a los ejercicios físicos y mentales dirigidos por el Maestro que finalmente daban sentido a aquella frase primera.
El nombre completo del Maestro Zen era Zentochi, pero prefería que lo llamásemos Zen, principalmente para evitar deformaciones jocosas de su nombre y la consecuente mala fama. Si bien la religión le exigía votos de castidad, Zen sostenía que las elecciones eran cada cinco años y que prefería mantenerse alejado de toda actividad cívica en el interín.
“Apuremos el paso Pequeño Saltamontes que deseo llegar al Baghd-Bhe-Kyu lo antes posible” me dijo mientras atrávesábamos el patio rumbo a la puerta principal del templo. Este templo era conocido como “Club social y templo místico El Tigre y el Dragón” y se encontraba a unos doscientos metros por debajo de la cima de la montaña Krah-o-Chin, localizada en el Taiger, región del Jiden, lindera con el Drah-Gon, les doy todos estos detalles como para que se ubiquen. El Baghd-Bhe-Kyu era una construcción menor que se encontraba prácticamente en la cima y oficiaba de centro de meditación. Edificada austeramente y equipada con lo extrictamente necesario, se dividía en dos recintos. Uno pequeño, de apróximadamente cinco por cinco metros con un brasero en el medio, lo cual lo hacía ideal para meditaciones en grupos reducidos y campeonatos de mikado, mientras que el otro recinto, mucho mayor en tamaño y con su enorme brasero central era el indicado para la chorizada semanal de despedida a quienes dejaban el templo.
“El amanecer será lento debido a las nubes, el aprendizaje será duradero Pada Wan” dijo y tosió inmediatamente, como confirmando que efectivamente el cielo nublado haría la mañana mas fría y oscura de lo usual. Ya no me preocupaba demasiado por entender todas y cada una de sus palabras, mucho menos darle importancia a los distintos nombres que me adjudicaba, todos ellos sacados de películas o series de karate, excepto cuando me llamó Daniel San y le aclaré que no me llamaba Daniel y el me dijo que tampoco era el Señor Miyagi pero que igual íbamos a hacer la grulla. Al horno y con papas quedó muy sabroso el ave. Estábamos ahora saliendo del templo e iniciado el ascenso. Apreté un poco mas la toga a la altura de mi pecho con una mano ya que el viento era fuerte. Todos teníamos una toga única y propia que recibíamos el día de nuestra llegada y era el único abrigo permitido. Los maestros poseían las suyas en un color más oscuro y por lo que hoy comprobaba Zen tenía mas de una, pues la que tenía puesta lucía bordado en la espalda, un tigre jugando a la rayuela que no había visto antes.
“Es asombroso como nuestro cuerpo es capaz de recordar el camino al hogar, aún cuando nuestra mente se obnubile por la presencia de un desinhibidor” recitó haciendo referencia a cómo todos habíamos hecho el mismo camino pero a la inversa la noche anterior a pesar de la borrachera generalizada. Cuando yo me retiré, el Maestro seguía en la fiesta. Hombre de gran temple el maestro Zen. En la víspera habíamos despedido a un grupo de italianos que habían culminado su mes de retiro espirtual y también despedimos a un grupo de quinceañeras argentinas que tenían plata de sobra y parece que Bariloche les quedaba chico. Incluso armamos un muñeco grandote de nieve con dos chinchulines haciendo de ojos y una morcilla dulce de nariz, le pusimos una toga y todo.
“Entremos y pongámonos cómodos”; luego de diez minutos de marcha, habíamos llegado al Baghd-Bhe-Kyu. Entramos a la sala pequeña donde el siempre encendido braserito central nos esperaba tibiamente, invitándonos a quitarnos la toga. Así lo hizo Zen y yo le seguí, al momento de colgarla descubrí que había una tercera toga colgada en el perchero de la pared, relativamente cerca del brasero, aunque parecía no haber nadie mas allí.
“Hoy comprenderás lo que es el arte, pero para que ello sea realmente fructífero deberas preparar tu mente.” A lo que pregunté: “¿debo hacer el paro de manos? ¿poner la mente en blanco? ¿recitar Satisfaction de los Rolling en monotono acaso?”
“Nada de eso. Aunque veo que has estado repasando responsablemnte las técnicas de meditación.”
“Bastará con que cierres los ojos y me escuches atentamente.”
Así lo hice y entonces el maestro comenzó:

“Difícil es abstraer la obra de un ser humano de sus creadores. No porque esta no adquiera una identidad propia, sino porque inevitablemente detrás de toda gran creación hay costos.” Mientras hablaba caminaba alredor mío.
“Podríamos incluso aseverar que para crear, debemos previamente destruir. Aquello de la tortilla y el huevo. La Muralla China y las miles de vidas que terminaron entre sus rocas. En todo caso aquel que va a crear algo no debe considerarse una especie de Dios, que podrá crear algo de la nada, pues todo lo que hacemos es transformar, poner aquí, quitando de allá. Todo tiene un costo.” Hizo un pequeño silencio dramático y aprovechó para toser suavemente.
“Piensa ahora en el muñeco de nieve que hicieron anoche. Los dos chinchulines y la morcilla que usaron para el rostro son comida que alguien no ingirió.” En ese momento se me hizo un pequeño nudo en el estómago pues tenía razón.
“Piensa ahora en la toga que usaron para el muñeco. Esa toga se mojó con la nieve y tuvo que quedarse aquí junto al brasero toda la noche para secarse.” En ese momento me corrió un frío por todo el cuerpo.
“¡Esa toga era la mía!” Dijo y empujándome a través de la puerta abierta me hizo comprender lo profundo de la enseñanza y como uno cuando escucha no oye la letra “H”.
“Ahora tendrás que volverte al templo caminando y sin toga como tuve que hacerlo anoche.”
“¡Hoy comprenderás lo que es helarte!”


publicado originalmente
viernes, octubre 21, 2005

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